Hombres de blanco
Avirul, 23/01/2004
Es de día y estamos completamente dormidos en el sofá de nuestra casa, después de una noche de arduo trabajo frente al ordenador, tenemos puesto nuestro batín preferido, al que le faltan casi todos los botones y está raído y lleno de rotos, también llevamos las gafas de culo de vaso puestas, porque caímos hipnotizados o desnucados sin quitarnos nada, la tele está puesta y llevamos esa mascarilla de pepino tan buena para la noche.
Oímos un ruido en el balcón abrimos un ojo. No puede ser estoy soñando. Dos sombras blancas. Volvemos a abrir los ojos para comprobarlo. Y nos incorporamos a la velocidad del rayo y efectivamente dos tíos que no conocemos de nada se encuentran tranquilamente en nuestro balcón.
El salto es monumental y no paramos de chillar y de hacer aspavientos de manera que en un segundo hemos recorrido todo el salón como si nos hubiésemos convertido de repente en la mona Chita. Paro en seco. Recuperación del sentido común, esto es más difícil, pero por fin lo conseguimos y nuestro ojos miran fijamente hacia el balcón.
Los pobres hombres que identificamos como los pintores de la finca no se han caído del andamio de milagro y están tan blancos como sus uniformes.
Como describir esas sensación, tan conocida ya por todos, vergüenza, pudor, miedo a que
llamen a los loqueros, todo se traduce en una rápida huida de escena a la que no volvimos hasta que los buenos señores nos gritaron que si por favor podríamos abrirles la puerta. ¡Dios mío! Si no me he quitado ni la bata de lo petrificada que estoy en medio de mi habitación con la persiana totalmente bajada no se vayan a asomar también por aquí.
Si creen que es mentira, no lo duden estas cosas ocurren.
Yo doy fe.