Casas de Castigo
Avirul, 19/12/2003
En estas fechas tan señaladas en las que estamos obligados a amarnos profundamente aunque no nos podamos ver ni en pintura, nos entran algunas locuras colectivas en masa.
Una de ellas, la más grave, sobre todo para nuestro bolsillo y nuestro estado mental, son las compras navideñas.
La sociedad te obliga a adquirir determinados productos que no sirven para nada pero que no nos va a quedar más remedio que comprar. O sí?
Productos obligados: los regalitos, el marisco, las uvas, las prendas rojas, el carbón, los miles de adornos, los turrones, mazapanes y un largo etcétera de dulces.Tendrás que dirigirte a esas casas de tortura.
Entras. Calor, ruido, horrorosos villancicos y una marabunta salen a tu encuentro como preludio de lo que te espera. Sabes que no vas a conseguir encontrar lo que buscas entre otras cosas porque con tanta gente a mitad de recorrido ya se te habrá olvidado. Un enjambre de niños ajenos, (por suerte), no paran de chillar, berrear y dar patadas, tanto que te hacen reflexionar sobre la baja natalidad y preguntarte constantemente porqué esos inconscientes sueltan a sus fieras sin bozal ni nada.
Después de estas agonías en las que pierdes voluntariamente un precioso tiempo, el resultado es el siguiente: uvas que parecen pasas, marisco pequeño y carísimo, ropa interior horrorosa que atenta contra la decencia humana y es incomodísima con esa puntilla tan áspera, unos adornos que luego cogerán todo el polvo del mundo en tu casa y regalos que no son los adecuados porque, en definitiva, no se pueden hacer buenos regalos en masa.
Las navidades, ese feliz momento del año donde la tortura se vuelve insoportable.
Felices fiestas.