Debajo de una higuera con Lucrezia Borgia
Juan Esquembre, 02/09/2005
Como dicen los modernos, voy a tener que desconectar. Nunca había yo entendido bien el significado de este verbo aplicado a las actitudes humanas pero lo ocurrido este verano me ha sacado de dudas. No sé si será por llevar la contraria pero mientras he venido escuchando a una amplia e ilustrada mayoría sus afanes por desconectar, reconozco que yo me he conectado y, lo que es mas importante, he llegado a comprender el fondo y la forma de su significado.
Todo comenzó leyendo una sátira sobre la Italia del Renacimiento y descubrí a Lucrezia Borgia precisamente cuando la sombra de la higuera que tengo en casa me envolvía en su placentero microclima proporcionando, a su vez, ese aroma tan mediterráneo y tan sensual como no lo produce ningún otro frutal de verano.
A partir de ahí, mi conexión ha sido total con la familia de Xátiva. Con Calixto III;con Alejandro VI; con César, Lucrezia, Juan y Jofre Borgia; con los Orsini y los Médicis; con Savonarola y Maquiavelo; con Miguel Ángel y Leonardo; así como con otros actores de esta interesante trama vaticana de la época.
Bien es verdad que de todo ello me ha llamado poderosamente la atención el desmedido interés de los Príncipes de la Iglesia por el poder terrenal cuando el turco era ya una amenaza para el mundo cristiano civilizado.
Han cambiado muchas cosas desde entonces. Pero otras, las que afectan a las llamadas debilidades humanas, a la doble moral, a las luchas de poder, a querer comprar la otra vida con el producto de ésta, a matar por Dios y por la Patria porque ambos están de nuestro lado; esas, vemos y leemos diariamente, no han cambiado tanto.
Voy a tener que pedirle a mi médico que me desconecte de esta UCI veraniega con olor a higuera y a laurel que artesanalmente me he fabricado con la ayuda de una mecedora y un botijo, y que, de paso, me preserve de la amenaza de pandemia que la gripe del pollo puede causar en nuestro estado de bienestar.
Aunque, bien pensado, por mucha gripe que haya, no es justo que condenemos al pollo cuando los fanatismos y las religiones han matado más que las epidemias.