La libertad condicionada de expresión
Juan Esquembre, 08/02/2006
Hay que ver la que se ha organizado con la publicación de unas caricaturas del Profeta Mahoma por un periódico danés.
Como ocurre en casi todos los órdenes de la vida, depende desde dónde se juzga, la valoración del hecho es de una manera o de otra.
Bien es verdad que la libertad de expresión, dicho así, es uno de los atributos de un sistema democrático. Los profesionales de los medios de comunicación son celosos de este principio aunque, cuando a su colectivo se refiere hemos tenido muestras de pactos de silencio que han dificultado a la opinión pública conocer las miserias que tiene todo colectivo humano, incluído también el de los medios de comunicación.
Estos días se han dicho cosas como que nadie, en uso de la libertad de expresión puede gritar "fuego" en un cine cuando tal fuego no existe. Se ha hablado de la oportunidad, de la especial sensibilidad del mundo árabe en este momento o de que este asunto se ha exagerado.
No voy a ser yo quien defina dónde están los límites de la libertad de expresión. Pero esta claro que el alcance de un mismo concepto tiene una significación distinta dependiendo del momento, de la forma, de la cultura y de las costumbres del emisor y del receptor.
Países en los que entra dentro de cierta normalidad generar mártires inmolándose con una bomba atada a la cintura y en donde la religión es el centro de sus vidas o la medida de todas las cosas, no pueden recibir estos ejercicios de libertad de expresión de la misma manera que los recibimos en los países del primer mundo occidental, laico y acomodado.
Y no es que con todo esto pretenda justificar las amenazas, el vandalismo y la barbarie. Pero si Alá, Dios, Mahoma o Jesucristo hubieran cuidado un poco de todos los que han dado la vida por su causa, no cabe duda que hubieran ahorrado una buena parte del sufrimiento de la humanidad.
Al fin y al cabo, en este caso, las caricaturas están ahí. No ha existido mentira ni trampa para el enfado.
En otros casos, se ha acudido a Dios como pantalla de intereses no declarados para que la libertad de expresión propague la mentira, la zafiedad y la arrogancia.