El Mediterráneo y los hijos del agobio
Juan Esquembre, 06/05/2004
Cómo pasa el tiempo. Como nos falta tiempo para todo. Decimos ahora que la calidad de vida es tener tiempo. Agotamos el tiempo corriendo contra reloj y, lógicamente, llegamos antes a la meta.
La meta que es el morir en donde coincidimos con las coplas de Jorge Manrique.
Toda tarea bien hecha requiere su tiempo, su ritmo y su regusto por el perfeccionamiento. Por el arte de vivir. Y el arte nunca se ha hecho corriendo.
Compramos todo o casi todo y pagamos por ello el precio de no tener tiempo que se nos escapa entre las manos diciéndonos de manera machacona que solamente lo barato se compra con el dinero. Y el tiempo resulta caro aunque nos lo regalan.
Pero estas cosas del tiempo no son consecuencia de la vida moderna, de la era de la telemática, de los electrodomésticos, del automóvil o del avión supersónico. ¡Que va!
Siempre, desde muy antiguo, el tiempo y la inteligencia han estado donde están ahora y lo que ocurre es que unos saben aprovecharlos y otros no.
En la Córdoba Antigua, al mismo tiempo que Jesucristo les decía al Imperio Romano lo equivocados que estaban en su afán de conquistar tantas y tantas cosas, Séneca nos advirtió sobre la falta de cabeza o la hipocresía de las prisas:
“No es que tengamos poco tiempo, es que hemos perdido mucho”
Y con esta sabia recomendación de hace 2.000 años, dejamos de lado la sombra de una higuera, la mecedora y una buena ensalada para meternos en el coche, ponerlo a toda pastilla y hacernos una foto con el radar de la Guardia Civil.
¡Dios, que maravilla!Juan M. Esquembre Menor