Ayer nos despertamos con la maravillosa idea de que no funcionaba internet. ¡¡Atención¿¡¡ ¡¡Peligro¡¡ Si a eso le unimos que a nuestro móvil de última generación se le acaba la batería, ¡¡Cuidadooo¡¡ Estamos ante la Tercera Guerra Mundial.

Parece mentira, pero hace no tantos años viviamos sin estas dos herramientas de trabajo, ¡¡y no pasaba nada¡¡

¿Cómo lo hacíamos? ¿Nos imaginamos ahora un mundo sin el “interné” y sin el móvil?
Con todas las maravillas que han supuesto estos inventos, avances tecnológicos o como leches quieran llamarse, posiblemente ganaríamos todos en salud si de la noche a la mañana dejaran de existir. Sobre todo el dichoso móvil, y del que algunas personas parecen esclavas.

Vamos que sin la mujer o el marido pueden vivir, pero sin el bichito ese, difícil estaría.

Se ha convertido ya más que en un teléfono en una mascota. La vestimos, con carátulas y demás, como si de nuestro propio hijo se tratara. Le ponemos una musiquilla que defina nuestra propia personalidad y hasta lo colgamos del cinturón como si paseáramos a nuestro perro.

Y si se le acaba la batería le damos de comer enchufándolo en cualquier lugar. Vamos, que si comparamos el tiempo que le dedicamos al cabo del día a estos menesteres, vergüenza nos tenía que dar el poco caso que le hacemos a nuestros seres más allegados.

Hasta sacamos pecho cuando nos suena mucho el móvil o nos envían muchos mensajes,
presumiendo de que tenemos grandes amistades, cuando a lo mejor no hablamos ni con el de al lado.

Incluso generan enfermedades, la “móvil dependencia” o los hasta ahora desconocidos o
quien sabe si tapados efectos nocivos de sus ondas.

Bueno, pero al fin y al cabo, siempre se nos escapa esa frase de “no podría vivir sin mi móvil”...