Cuando arribo a casa (como decía aquella propaganda del café capuchino) acostumbramos a practicar un sinfín de deportes que ni en nuestros mejores sueños lograríamos alcanzar un nivel aceptable.

Al llegar septiembre empieza la liga de fútbol, cuando no es nuestro equipo el que juega es la selección y cuando no que si el baloncesto, luego viene la Vuelta a España y el fin de semana las carreras de motos y eso que llaman Fórmula 1.

Pero hay que ver que buenos que somos practicando deporte. Desde el sillón de nuestra casa, o en el mejor de los casos desde el bar, hacemos ver a los que están alrededor que somos unos hachas practicando ese deporte que estamos viendo. ¡¡Pero serás burro¡¡ gritamos cuando alguien falla un gol o al pobre árbitro o cuando algo parece fácil y decimos ¿¡¡si esa la meto yo con el...¡¡

Si lo más seguro que no haya pasado de jugar en la puerta de su casa porque con su nivel no le dejaban jugar ni sus amigos.

Y es que el deporte se ha convertido en un fogueo de la vida cotidiana. Lo que no nos atrevemos a decirle al jefe, a nuestro compañero o a nuestra mujer, llegamos a casa o al bar y se lo decimos al jugador de turno. ¿Qué culpa tendrá él de que hayamos tenido un mal día?

Algunos, de ver tanto balompié en televisión les entra el gusanillo y acuden a esas canchas de fútbol 7 de césped artificial (y que sólo por jugar te soplan una pasta) a intentar hacer eso que parece tan fácil, meter la pelotita en la portería.

En esos partidos, como vemos que no es tan fácil meter gol y nuestra barriga nos impide ya realizar esfuerzos prominentes la pagamos con los árbitros. ¿¡¡Qué culpa tendrán ellos de que seamos tan malos¡¡? si son unos pobres trabajadores que con su sueldo no pagan ni la letra del coche. Por eso arbitran esos partidos, pero claro, como cobran, podemos gritar eso de ¡¡desgraciao¡¡ ¡¡qué te ves menos que Pepeleches metido en un bote¡¡¡ Cómo cuando estamos en nuestro sillón de casa,....