Durante estas últimas semanas no hemos parado de oír eso que ahora llaman “el síndrome postvacacional” y que en resumidas cuentas no es otra cosa que después del veranito, la playa, los bikinis, los cuerpos al sol, las fiestas, las jornadas intensivas o reducidas tenemos muy pocas ganas de trabajar.

Bueno, siendo sinceros, más que pocas ganas diríamos que ninguna.

Pero claro, ahora a cualquier cosa le ponemos el nombre de “síndrome”, “crisis” o palabras similares. Que si la crisis de los 40, que si la de los 30, que si la de los 50, que si la de la menopausia, que si la de los tres años después de casarse, que si las crisis matrimoniales tras las vacaciones.

A este paso no nos libramos de ninguna ni aunque nos vayamos a Río de Janeiro a tomarnos unas Caipiriñas.

Claro que también hay que ponerse en la piel de cada uno. Pongámosnos en el papel de una mujer afectada por la crisis de los 40, que se le junta con la de la menopausia y que a su vez acaba de venir de unas vacaciones en las que tras estar 24 horas al día con su pareja ha perdido todo interés en ella y que en su primer día de trabajo de septiembre le dicen que ahora tiene el síndrome postvacacional...

Vamos que la profesión del futuro ya no es ni la de abogado, arquitecto, político o futbolista, sino la de psicológo.

Aunque bien es cierto que en existen muchos momentos en los que actuamos como si fuéramos psicólogos de otras personas. A quién no le ha pasado eso de oir hablar a alguien y hacer como si estuvieras escuchando mientras que lo único que se te pasa por la cabeza es eso de “pero aún no te callarás de una puñetera vez”.

Con razón se dice que es más fácil hablar que escuchar. Por eso existe la carrera de psicología, para saber escuchar, algo muy poco dado en esta sociedad. Aunque a este paso llegará el día que hagan falta psicólogos para tratar a los propios psicólogos. Pero esa será la carrera a estudiar dentro de 40 o 50 años..