Tropiezos
De viaje
Avirul, 15/10/2004
Sólo tenemos claro desde dónde salimos y a dónde vamos, el resto hay que planearlo sobre el mapa. La cosa se complica cuando hay más de un capitán en el barco, Teniendo en cuenta además que los mapas de carreteras no son precisamente el colmo de la exactitud.
Los coches van uno detrás de otro, sufriendo, los que van en el primero porque se supone que el destino de los otros depende de ellos y el resto porque nos volvemos locos cuando éstos ponen un intermitente que no deben.
Hay que parar cien veces con las correspondientes brocas de "pero bueno que hacéis si ahora íbamos bien". "Que no, que hace un rato que vamos en dirección contraria". Y otra vez montados en los coches sin saber muy bien cómo salir del laberinto. Así cuando nos pregunten dónde hemos estado podremos decir que en el destino final, que se encuentra justo al final del mundo, y cuatro o cinco veces, dependiendo de lo espabilados que estemos, en esta ciudad a la que siempre acabamos regresando después de diversas incursiones fallidas en todos sus cinturones de circulación. Todo esto en cuatro días no está nada mal, si no fuera porque aún no estamos seguros si vamos a llegar mañana a trabajar.
Estamos agotados de salir y entrar, y comienzan a sucederse las bromas y los disgustos, que si paramos para preguntar con mucha guasa que cuando llegamos, que si uno se enfada porque nunca le hacemos caso cuando está claro que él tiene la fórmula exacta de cómo salir de allí, además de tener una bola de cristal y la verdad absoluta. En fin, una serie de situaciones que derivan en 10 horas de viaje cuando tendrían que haber sido cinco.
El remate lo pone la taquilla de la autopista cuando a las tantas de la madrugada va y se come la tarjeta de crédito, el pánico invade a los que vamos en el coche del disgusto, que salimos inmediatamente del utilitario dispuestos a terminar con la máquina asesina. Provistos de pinzas y otros utensilios punzantes intentamos infructuosamente que la maldita escupa, todo esto contestando oportunamente a todas las llamadas de los coches compañeros que no entienden porqué nos queremos quedar a vivir allí. Al final el de seguridad nos sorprende apretando un botón que hace que recuperemos la tarjetita y nos sintamos algo más trastornados y locos, una sensación estúpida que nos acompañará hasta nuestra deseada casa.