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Sábado, 27 de diciembre de 2025


Otra pro nobis
Juan Esquembre, 19/04/2006

He de agradecer a estos días de recogimiento y meditación la fuerza para volver a escribir. Bien es verdad que ha sido el hecho de trasnochar, cosa que no estoy acostumbrado, lo que me ha facilitado el camino.

Con grandes dosis de iconoclasta y proclive siempre a la marginalidad y a las ofertas alternativas en el sentido más trasgresor del término, encontré, en plena "madrugá sevillana"una emisora de radio participativa de gente de lo más variopinta entre las que, de inmediato, me incluí.

Han sido tres horas de radio diarias en las que los oyentes entrábamos en antena, de manera que, al cabo de un rato, ya no sabías quien dirigía el programa.

Ingenieras, abogados, médicos, cupletistas, secretarias, filósofos, economistas, amas de casa, divorciados, cornudos, apaleados, fontaneros, militares, enfermeras, políticos, fiscales, estudiantes y un sinfín de ciudadanos interesantes que no me podía yo imaginar que estuvieran despiertos a esas horas. Creo, y no me hagan mucho caso, que excepto a un cura y a un preso, he podido escuchar en estas cuatro noches a toda la escala social.

Esto viene a cuento porque de los diversos temas tratados, puedo decir que el relativo a la vida en pareja fue el que más me interesó y con el que más me divertí. Después de lo escuchado, también reafirmo mi convicción que la mujer y el hombre no sólo somos muy diferentes sino que tenemos muy distintas maneras de entender el amor a largo plazo.

Un denominador común, incluso en muchas de las parejas bien avenidas, es que llega un momento que tu mujer te avisa o te reprocha que ya no eres el de antes; que ya no te lo curras como al principio; que te tomas la relación con una cierta dosis de frialdad.

Sin embargo, a la mujer le siguen gustando las cenas con velitas, los ramos de flores, que te acuerdes del primer beso o que te apasiones con ella sin necesidad de ver antes Instinto Básico.

Los hombres, por lo general, entendemos el amor a largo plazo de una manera más racional y, por qué no decirlo, más egoísta. Preferimos un buen partidito en la tele a bailar pegados un sábado por la tarde en un centro comercial; nos rotulamos con lápiz fluorescente las fechas clave en nuestra agenda para acordarnos y no fallar; o el día de los enamorados cenamos igual con música de Nicola di Bari que con el telediario de Canal Nou.Y así, lo decían en la radio, no se mantiene viva la relación para la mujer.

El Viernes Santo por la noche, una psiquiatra de Zamora, materialmente nos quería crucificar a los hombres, no sé si por puro resentimiento o porque la fecha era propicia.

Don Severo Ochoa, que adoraba a su mujer, decía que el amor es física y química. Más tarde, de esta inusitada afirmación hizo Joaquín Sabina uno de sus mejores discos. Pero ni el premio Nóbel de Medicina ni mi admirado trovador nos dieron la fórmula para que la reacción mantenga eternamente toda su intensidad inicial. Será por eso por lo que el sexo, la felicidad o la muerte son temas recurrentes en todos aquellos que la física y la química nos mantienen las ganas de vivir.

Quizás el lector tenga curiosidad por conocer mi contestación radiofónica a la ilustre psiquiatra zamorana.

No voy a relatar con detalle toda la carrera de argumentos que se destinaron a ver de quien es la culpa.

Mi propuesta a esta simpática señora fue que la culpa es de Dios o de la naturaleza que nos ha creado.Y como en su presentación en antena dijo no tener plaza fija de médico en la Seguridad Social, le expuse como ejemplo su situación laboral. En el mejor de los casos, por regla general, el hombre, marido o pareja, en el sexo y en el amor a largo plazo es como un trabajador fijo discontinuo, en el que los periodos de inactividad, en muchas ocasiones, no dependen sólo de él.

Como era de esperar, ella me contestó presta que no estaba de acuerdo. Que prefería el trabajo fijo y la plaza en propiedad.

Y ahí fue cuando la pude crucificar. Pero me pareció más cristiano aplicarle el indulto.