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Las grietas de la Capilla Sixtina
Se lo tengo dicho a mi mujer. Esto ya no es lo que era. Toda la vida creyendo que lo que ocurre en el cónclave cardenalicio, inspiración del Espíritu Santo incluída, era el secreto mejor guardado, y ahora nos cuentan, sin desmentido de la Santa Sede, lo que ocurrió con los votos de unos y de otros hasta que el cardenal Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI, obtuvo la mayoría necesaria.
Dados los supuestos contrincantes, según las noticias de prensa, y el elevado nivel intelectual de este ágora vaticana, es una verdadera lástima no haber tenido acceso y conocimiento de los debates allí producidos. Aunque, sinceramente, creo que la información que los medios han facilitado no se corresponde con lo que debió ocurrir en la realidad de las cuatro paredes de la Capilla Sixtina. Pensar que un jesuíta latinoamericano pudiera haber sido Papa es desconocer por donde soplan los vientos de los poderes que hoy dominan el Vaticano.
Sin embargo, tengo la seguridad que acabaremos viendo el desarrollo de futuros cónclaves por la televisión. Sería ilustrativo, ejemplarizante y clarificador. Y además de no ser necesario provocar humaredas al finalizar el escrutinio de cada votación, sería un testimonio de democracia y de adaptación a los tiempos actuales en los que el secretismo en la dirección de los rebaños ya no se estila. Luego pasa lo que pasa. O por fas o por nefas. Que si uno se va de la boca; que si se dejó abierto el móvil; que si puso la oreja detrás del tabique aprovechando una grieta; en fin, un lío. Tampoco sería nada extraordinario esto de la televisión. Cosas más solemnes han cambiado. Me cuenta un amigo mío que él confiesa sus pecados en grupo y en voz alta. Menudo escándalo. Claro, no pretende encima que sus correrías se mantengan en secreto. Pero al parecer, lo importante en este caso no son las correrías sino el arrepentimiento. Y llegados hasta aquí, no puedo remediar acordarme de mi querida abuela Rosa. Mujer devota, beata y sostenedora de advocaciones marianas. Recuerdo que me decía cuando conversábamos sobre las reformas pseudoprogresistas del Concilio Vaticano II, nene, así me llamaba, la Iglesia todo lo casa. Y más con un buen donativo, añadía. ¡Tendría mi abuela razón! |
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